miércoles, 7 de junio de 2017

UN DIOS DE VIVOS


"Entonces algunos saduceos acudieron a ver a Jesús. Los saduceos niegan la resurrección de los muertos y por eso le plantearon este caso:
– Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre casado muere sin haber tenido hijos con su mujer, el hermano del difunto deberá tomar por esposa a la viuda para dar hijos al hermano que murió. Pues bien, había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos. Entonces el segundo se casó con la viuda, pero él también murió sin dejar hijos. Lo mismo le pasó al tercero y así hasta los siete, ninguno de los cuales dejó hijos. Finalmente murió también la mujer. Pues bien, en la resurrección, cuando resuciten, ¿cuál de ellos la tendrá por esposa, si los siete estuvieron casados con ella?
Jesús les contestó:
– Estáis equivocados porque no conocéis las Escrituras ni el poder de Dios. Cuando los muertos resuciten, los hombres y las mujeres no se casarán, sino que serán como los ángeles que están en el cielo. Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés el pasaje de la zarza ardiendo cuando Dios dijo a Moisés: ‘Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob?’ ¡Y Dios no es Dios de muertos, sino de vivos! Así que estáis muy equivocados."

Los judíos siguen tendiendo trampas a Jesús. Esta vez son los saduceos, que no creían en la resurrección. Basándose en la ley del levirato, le proponen un ridículo caso de alguien que debe casarse siete veces, para saber cuál será su mujer tras la resurrección.
Esta ridícula casuística es en la que podemos caer, cuando leemos e interpretamos la Palabra literalmente, y no lo hacemos a través del corazón. Esto ocurre, cuando reducimos la religión a normas y leyes y no a espiritualidad. El amor debe ser el primer y principal móvil de nuestra vida.
Jesús nos dice claramente que Dios es un Dios de vivos, no de muertos. Y sólo vive el que ama de verdad. 

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