domingo, 25 de septiembre de 2016

IGNORAR AL PRÓJIMO


"Había una vez un hombre rico, que vestía ropas espléndidas y todos los días celebraba brillantes fiestas. Había también un mendigo llamado Lázaro, el cual, lleno de llagas, se sentaba en el suelo a la puerta del rico. Este mendigo deseaba llenar su estómago de lo que caía de la mesa del rico; y los perros se acercaban a lamerle las llagas. Un día murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron junto a Abraham, al paraíso. Y el rico también murió, y lo enterraron.
El rico, padeciendo en el lugar al que van los muertos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro con él. Entonces gritó:
- ¡Padre Abraham, ten compasión de mí! Envía a Lázaro, a que moje la punta de su dedo en agua y venga a refrescar mi lengua, porque estoy sufriendo mucho entre estas llamas.
 Pero Abraham le contestó:
- Hijo, recuerda que a ti te fue muy bien en la vida y que a Lázaro le fue muy mal. Ahora él recibe consuelo aquí, y tú en cambio estás sufriendo. Pero además hay un gran abismo abierto entre nosotros y vosotros; de modo que los que quieren pasar de aquí ahí, no pueden, ni los de ahí tampoco pueden pasar aquí.
El rico dijo:
- Te suplico entonces, padre Abraham, que envíes a Lázaro a casa de mi padre, donde tengo cinco hermanos. Que les hable, para que no vengan también ellos a este lugar de tormento.
Abraham respondió:
- Ellos ya tienen lo que escribieron Moisés y los profetas: ¡que les hagan caso!
 El rico contestó:
- No se lo harán, padre Abraham. En cambio, sí que se convertirán si se les aparece alguno de los que ya han muerto.
Pero Abraham le dijo:
- Si no quieren hacer caso a Moisés y a los profetas, tampoco creerán aunque algún muerto resucite."

La parábola de hoy siempre la asociamos a ricos ya pobres. A muy ricos y a muy pobres. Y pensamos enseguida en ese 1% de la población mundial que tiene el 50% de la riqueza. Miramos a los muy ricos y pensamos que esto no va con nosotros. 
Que el hombre rico fuese alguien malo, no nos dice nada el texto. Lo que sí nos dice es que vivía su vida ignorando a Lázaro. Nosotros ¿a cuántos Lázaros ignoramos? La civilización occidental vive encerrada en sí misma, sin pensar en los que se mueren de hambre o de sed en otros continentes. Incluso ignoramos a los que viven en las calles de nuestras ciudades. Ignoramos al que sufre a nuestro lado, que no siempre lo hace por causas económicas.
El evangelio de hoy nos invita a salir de nosotros mismos, a abrir la puerta de nuestras vidas hacia los demás. 
Nosotros somos los hermanos del hombre muy rico. No somos tan ricos como él, pero sí lo somos mucho más que Lázaro. Nosotros también ignoramos a nuestro prójimo. La parábola también se dirige a nosotros, que ni escuchamos la Palabra de Dios, ni reaccionamos ante un resucitado. El Dios que se nos hace presente en los pobres, no ha de ser mera palabrería. Es el único Dios al que podemos dirigirnos.



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