domingo, 8 de mayo de 2016

TESTIGOS EN EL MUNDO


"Y les dijo:
– Está escrito que el Mesías tenía que morir y que resucitaría al tercer día; y que en su nombre, y comenzando desde Jerusalén, hay que anunciar a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados. Vosotros sois testigos de estas cosas. Y yo enviaré sobre vosotros lo que mi Padre prometió. Pero vosotros quedaos aquí, en Jerusalén, hasta que recibáis el poder que viene de Dios.
Luego Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta Betania, y alzando las manos los bendijo. Y mientras los bendecía se apartó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de adorarle, volvieron muy contentos a Jerusalén. Y estaban siempre en el templo, alabando a Dios."

La liturgia de hoy nos presenta dos relatos de la Ascensión, y ambos son de Lucas. El primero de los Hechos de los Apóstoles y el segundo de su Evangelio. Ambos se complementa.
Jesús les resume lo que dicen las escrituras de Él y les invita a ser sus testigos. Para ello, recibirán el poder que viene de Dios, es decir el Espíritu Santo y quedarse en Jerusalén hasta que los reciban. Luego salen de la ciudad, los bendice y se va al Padre. El miedo que tenían sus discípulos se convierte en alegría y entusiasmo.
No debemos entender la Ascensión como un hecho físico. El cielo no está ni arriba, ni abajo. En el relato de los Hechos, cuando los discípulos se quedan mirando al cielo, unos ángeles los interpelan: ¿Qué hacéis mirando el cielo? Jesús ha ido al Padre, pero como Él y en Él está con nosotros, está en nosotros. Jesús se encarnó, murió por nosotros, para hacerse uno de nosotros. Así nos mostró que a Dios hay que buscarlo aquí. Antes de partir les ha dicho que han de ser sus testigos. Ser testigo es mostrar a Jesús a todos los hombres. Todos los cristianos debemos ser testigos ante el mundo, de que Dios vive en cada uno de nosotros.
No es una misión fácil. Por eso necesitamos la fuerza del Espíritu para llevarla a cabo. Solos estamos llenos de miedo. Solos anunciamos un dios terrible que nos espía y nos persigue. Con la bendición de Jesús, con su Espíritu, se nos llena el ánimo de alegría y podemos ser auténticos testigos de un Dios que nos ama, de un Dios al que podemos tocar y amar en cada uno de los hombres que nos rodean. Jesús ascendió a nuestro corazón. 



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