martes, 19 de marzo de 2024

UN PADRE HUMILDE

 

 Jacob fue padre de José, el marido de María, y ella fue la madre de Jesús, a quien llamamos el Mesías.
El nacimiento de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes de vivir juntos se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente a María, decidió separarse de ella en secreto. Ya había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque el hijo que espera es obra del Espíritu Santo. María tendrá un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados.” 
Cuando José despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y tomó a María por esposa.

Los Hermanos de La Salle tenemos a San José por Patrón. Él, educando en el silencio y la sencillez al niño y al adolescente Jesús, es nuestro modelo de educador. Amar, entregarse...sin llamar la atención. Ese debe ser el trabajo del Hermano de La Salle y de todos los profesores que siguen su carisma.

"Hoy, nos invita la Iglesia a contemplar la amable figura del santo Patriarca. Elegido por Dios y por María, José vivió como todos nosotros entre penas y alegrías. Hemos de mirar cualquiera de sus acciones con especial interés. Aprenderemos siempre de él. Nos conviene ponernos en su piel para imitarle, pues así lograremos responder, como él, al querer divino.Todo en su vida —modesta, humilde, corriente— es luminoso. Por eso, célebres místicos (Teresa de Avila, Hildegarde de Bingen, Teresita de Lisieux), grandes Fundadores (Benito, Bruno, Francisco de Asís, Bernardo de Clairvaux, Josemaría Escrivá) y tantos santos de todos los tiempos nos animan a tratarle y amarle para seguir las huellas del que es Patrón de la Iglesia. Es el atajo para conseguir santificar la intimidad de nuestros hogares, metiéndonos en el corazón de la Sagrada Familia, para llevar una vida de oración y santificar también nuestro trabajo.

Gracias a su constante unión a Jesús y a María —¡ahí está la clave!— José puede vivir sencillamente lo extraordinario, cuando Dios se lo pide, como en la escena del Evangelio de la misa de hoy, pues realiza sobre todo habitualmente las tareas ordinarias, que nunca son irrelevantes pues aseguran una vida lograda y feliz, que conduce hasta la Beatitud celeste.

Todos podemos, escribe el papa Francisco, «encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad (...). José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca».

(Marc Vaillot, Evangelio.net)


lunes, 18 de marzo de 2024

LA PRIMERA PIEDRA

 

Pero Jesús se dirigió al monte de los Olivos, y al día siguiente, al amanecer, volvió al templo. La gente se le acercó, y él, sentándose, comenzó a enseñarles.
Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio de todos los presentes y dijeron a Jesús:
– Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio. En nuestra ley, Moisés ordena matar a pedradas a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?
Preguntaron esto para ponerle a prueba y tener algo de qué acusarle, pero Jesús se inclinó y se puso a escribir en la tierra con el dedo. Luego, como seguían preguntándole, se enderezó y les respondió:
– El que de vosotros esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.
Volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra. Al oir esto, uno tras otro fueron saliendo, empezando por los más viejos. Cuando Jesús se encontró solo con la mujer, que se había quedado allí, se enderezó y le preguntó:
– Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?
Contestó ella:
– Ninguno, Señor.
Jesús le dijo:
– Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar.

Nos es fácil arrojar la primera piedra. Juzgamos a los demás con mucha facilidad. Jesús nos dice que primero nos miremos a nosotros mismos, que veamos si estamos libres de culpa. Él es el único que puede juzgar y perdona siempre. ¿Quién somos nosotros para condenar a los demás?

"Siempre hay algún moralista o predicador rigorista que estropea esta escena del evangelio de Juan. Es una preciosa escena en la que sobresale sobre todo lo demás el perdón y la misericordia. Jesús acoge la adúltera (podríamos hacer un comentario de que el adulterio es cosa de dos pero no estaba en aquella cultura esa idea ni siquiera siempre en la nuestra). La saca de las garras de los que quieren apedrearla. Hace que todos se alejen y lo que era un grupo de acusadores, fiscales y jueces desaparece poco a poco. Dice el evangelio que se escabulleron uno a uno, empezando por los más viejos. Y todo sin necesidad de hacer grandes discursos. Jesús apenas dice unas palabras: “El que esté sin pecado que tire la primera piedra.” Lo de que se fueran primero los más viejos se entiende porque a más años más meteduras de pata, más pecados y más que callar.
Se van los acusadores. Ya no hay juicio. Nadie condena y Jesús tampoco. Este es el punto más importante de la escena. Lo que era un auténtico pecado se queda sin castigo. No pasa nada. Todo queda en una recomendación genérica: “No peques más”. Tan genérica que todos sabemos que es, para cualquiera de nosotros imposible de cumplir en la práctica.
Decía que siempre hay alguien que estropea la escena porque terminan dando más importancia a estas últimas palabras de Jesús que a toda la escena. Estoy seguro de que en sus predicaciones hablan muy bien del perdón de Jesús y de la misericordia de Dios que se manifiesta en la historia pero (y en español, como en tantos idiomas, lo más importante de una frase es la parte que viene después del “pero”) terminan subrayando ese “no peques más”. Y de paso pueden recordar a todos que todo pecado tiene su castigo. Porque en nuestra historia tuvimos un tiempo en que los pecados estaban catalogados y cada uno tenía su castigo proporcional.
Pero (y este pero es importante porque es lo que quiero decir) en Jesús no hay castigo, no hay sanción, no hay pena. Lo que hay es una nueva oportunidad, un nuevo comenzar para la persona que se encuentra hundida. Nadie condena a la adúltera. Ni los que hacían de jueces y fiscales (descubrieron que no calificaban para ese cargo) ni tampoco Jesús que maneja mucho la misericordia y nada, nada de nada, el castigo."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 17 de marzo de 2024

MORIR PARA VIVIR

  

Entre la gente que había ido a Jerusalén a adorar a Dios en la fiesta, había algunos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida, un pueblo de Galilea, y le rogaron:
– Señor, queremos ver a Jesús.
Felipe fue y se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a contárselo a Jesús. Jesús les dijo:
– Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Os aseguro que si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, dará fruto abundante. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre le honrará.
“Siento en este momento una angustia terrible, pero ¿qué voy a decir? ¿Diré: ‘Padre, líbrame de esta angustia’? ¡Pero si precisamente para esto he venido! ¡Padre, glorifica tu nombre!”
Entonces vino una voz del cielo, que decía: “¡Ya lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez!"
Al oir esto, la gente que estaba allí decía que había sido un trueno, aunque algunos afirmaban:
– Un ángel le ha hablado.
Jesús les dijo:
– No ha sido por mí por quien se ha oído esta voz, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo. ¡Ahora va a ser expulsado el que manda en este mundo! Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí.
Con esto daba a entender de qué forma había de morir.

Hoy Jesús nos enseña, que para vivir, para dar fruto, hemos de morir a nosotros mismos. El gran error que cometemos en este mundo es el de mirarnos sólo a nosotros y olvidar a los demás. Vivimos plenamente cuando nos entregamos a los otros. Vivimos plenamente cuando amamos, que es entregarnos totalmente. Así hacemos llegar al Reino en este mundo.

" (...) Vivir, para nosotros, los creyentes, no es fácil. Lo sabe bien Jesús, que pasó por esta vida como uno más. No se quedó allá arriba, a contemplar nuestros problemas. No nos salva desde las alturas, a distancia, sino que se encarnó, para recorrer el camino de la vida junto a nosotros, sus hermanos. A pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Compartió el pan, se hizo “compañero” de camino. Por eso sabe lo que nos cuesta ser fieles, por eso podemos confiar en Él, porque nos ayuda en ese camino, su carga es llevadera y su yugo es suave (cfr. Mt 11, 28-30). No pide cosas imposibles, cuando invita a seguirlo. Él mismo se sintió tentado de
Seguir a Jesús o, por lo menos conocerlo, querían los griegos de los que habla el Evangelio. No era una curiosidad «teórica». Después de haber oído mucho sobre Él, seguramente querían saber cómo pensaba y, quizá, de qué manera podían seguirlo. Nosotros, ¿pensamos que ya lo sabemos todo, o seguimos interesándonos por Jesús? ¿Le buscamos, o estamos sentados, sin más?
Esos griegos no se acercan directamente a Cristo. Comprenden que no es fácil acercarse al Maestro, sin pasar por la comunidad. Por eso, entran en contacto con los apóstoles, para que éstos los lleven a Jesús. La comunidad cristiana como medio para llegar a Él. ¿Cómo es mi comunidad? ¿Abierta, expansiva, misionera? ¿O cerrada, sin ganas de acoger a nadie? ¿Testigos de la Luz o “guardianes del calabozo”?
¿Qué descubrieron los griegos, estando cerca de Jesús? Probablemente vieran a un hombre entregado a una causa, la causa del Reino de Dios. Una causa por la que estaba dispuesto a morir. Porque muriendo se vive plenamente, conforme a los planes de Dios. Es lo que debe hacer la semilla, para dar fruto. Por eso, toda la vida la vida de Jesús fue un ir muriendo poco a poco, entregándose a la voluntad del Padre, para acabar ofreciendo su existencia en la cruz. Eso fue lo que vieron y aprendieron los griegos, viviendo con Jesús.
Todo proceso de siembra, todo crecimiento implica trabajo, sufrimiento, sudor, dolor. A veces, lágrimas. Nuestra propia formación, como personas, como profesionales, como cristianos, incluso. Pero siempre con esperanza: porque queremos ser mejores, porque deseamos ser cada vez más parecido a lo que deberíamos ser. El ejemplo de Dios Hijo y su Palabra son la fuente de esa esperanza.
El Hijo de Dios muere para dar vida. No sé si lo podemos entender del todo. Sólo podemos contemplar ese misterio y asistir sobrecogidos a ese sacrificio de amor. Es el momento de preguntarnos si queremos seguir y servir a Jesús. Responder con amor a ese amor. Estar cerca de Él, como los griegos, y que vaya creciendo la atracción hacia Él cada día más. Sobre todo, para saber a qué debemos morir.  El mundo en que vivimos no favorece mucho la entrega a los demás. Parece que cada uno mira por lo suyo. Y, sin embargo, cuando hay una catástrofe – tsunamis, terremotos, incendios, accidentes… – la solidaridad se dispara. Contra la “ley de la selva” está la “ley del amor”. A pesar de todo, otro mundo es posible.
Conocer de verdad a Jesús significa renunciar a nosotros mismos, a nuestros prejuicios, Dejar que sea Dios el que marque el camino, según su voluntad. Pedirle a menudo, para que nos dé lo que estamos necesitando. Después de querer conocerlo y de aprender a renunciar a uno mismo, seguir avanzando, reconociendo el gran amor que el Padre nos ha tenido, para hacer una sociedad mejor. Muriendo un poquito cada día."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 16 de marzo de 2024

DISCUTÍAN SOBRE ÉL

  

Entre la gente se encontraban algunos que al oir estas palabras dijeron:
– Seguro que este hombre es el profeta.
Otros decían:
– Este es el Mesías.
Pero otros decían:
– No, porque el Mesías no puede venir de Galilea. La Escritura dice que el Mesías ha de ser descendiente del rey Davids y que procederá de Belén, del mismo pueblo de David.
Así que la gente se dividió por causa de Jesús. Algunos querían apresarle, pero nadie llegó a ponerle las manos encima.
Los guardias del templo volvieron a donde estaban los fariseos y los jefes de los sacerdotes, que les preguntaron:
– ¿Por qué no lo habéis traído?
Contestaron los guardias:
– ¡Nadie ha hablado nunca como él!
Los fariseos les dijeron entonces:
– ¿También vosotros os habéis dejado engañar? ¿Acaso ha creído en él alguno de nuestros jefes o de los fariseos? Pero esta gente que no conoce la ley está maldita.
Nicodemo, el fariseo que en una ocasión había ido a ver a Jesús, les dijo:
– Según nuestra ley, no podemos condenar a un hombre sin antes haberle oído para saber lo que ha hecho.
Le contestaron:
– ¿También tú eres galileo? Estudia las Escrituras y verás que ningún profeta ha venido de Galilea.
Cada uno se fue a su casa.

Seguimos de la misma manera. No nos ponemos de acuerdo con Él. De ahí, por ejemplo, la división de las Iglesias. También mucho alejamiento de la religión, es por una falsa idea de Dios, de Jesús, de lo que significa seguirle. ¿Mostramos con nuestra vida a los demás, qué es ser seguidor de Jesús? 
 
"Nicodemo, con su, aparentemente tímida defensa de Jesús, me hace pensar en el mundo de hoy y sus medios de comunicación. Aunque conocemos el dicho en inglés que recomienda “no juzgar a un libro por su portada”, los juicios sobre cosas, personas y acontecimientos son a menudo rápidos y sentenciosos. No juzgar un libro por su portada quiere decir, claro está, no juzgar por apariencias, por prejuicios o por lo que nos ha dicho alguien que ha dicho alguien sobre alguien… El Mesías no puede venir de Galilea, sino que tiene que venir de Belén y de la familia de David… “¡Pues eso!”, podría decir Jesús burlonamente: “infórmense, porque ciertamente nací en Belén y mi padre es de la familia de David.”
En nuestra sociedad a menudo se da por hecho lo que “el pensamiento único” se ha dado como absoluto con obligación de creerlo. Quienes no creen alguna de las “verdades” de este pensamiento, son negacionistas, retrógrados o algo peor. Pero la tímida defensa de Nicodemo podría servirnos para profundizar un poco: “¿Acaso nuestra ley condena a un hombre si oírlo primero y averiguar lo que ha hecho?” ¿Acaso no es Dios quien sondea el corazón y sabe la verdad de cada uno? ¿Acaso no es el buen corazón el que da buenos frutos? ¿No habría que mirar, más bien, a los frutos y a de dónde vienen -no geográfica o racialmente-, sino en su más profunda verdad?
El corazón del justo, el que ha de ser juzgado únicamente por Dios, sabe dónde está su refugio, como dice el Salmo. Y es en ese refugio donde está su más profunda verdad. Es el mismo refugio de Jesús, que sabe bien de dónde viene. Y el saber de dónde se viene es el que da la más absoluta seguridad: “tú llegas, Señor, a lo más hondo del corazón humano… Tengo mi escudo en Dios”.
La seguridad de Jesús, que se enfrenta en estos momentos finales a la muerte más cruel, es la que se apoya en esa verdad. La invitación de hoy sería a buscar la verdad más íntima y a confiar en el juicio de Dios más que en el propio. Y también a tener bien puesta la propia seguridad en ese escudo que aleja todo temor y que es más fuerte que cualquier juicio. Pero también es una invitación a desafiar los juicios y los pensamientos ligeros que se apoyan en algo tan efímero como una opinión generalizada o impuesta. A ser capaces, como Nicodemo, de desafiar esos juicios y confesar la verdad. De ver, o al menos poder intuir, que el juicio de Dios va a lo más profundo."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

viernes, 15 de marzo de 2024

NO LO RECONOCÍAN



Algún tiempo después andaba Jesús por la región de Galilea, pues no quería seguir en Judea porque los judíos lo buscaban para matarlo.  Se acercaba la fiesta de las Enramadas, una de las fiestas de los judíos,
Sin embargo, cuando ya se habían ido sus hermanos, también Jesús fue a la fiesta, aunque no lo hizo públicamente sino casi en secreto.
Hacia la mitad de la fiesta entró Jesús en el templo y comenzó a enseñar.
Algunos de los que vivían en Jerusalén empezaron entonces a preguntar:
– ¿No es a este a quien andan buscando para matarle? Pues ahí está, hablando en público, y nadie le dice nada. ¿Será que verdaderamente las autoridades creen que este hombre es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde viene.
Al oir esto, Jesús, que estaba enseñando en el templo, dijo con voz fuerte:
– ¡Así que vosotros me conocéis y sabéis de dónde vengo! Pues yo no he venido por mi propia cuenta, sino enviado por aquel que es digno de confianza y a quien vosotros no conocéis. Yo le conozco, porque vengo de él y él me ha enviado.
Entonces quisieron apresarle, pero nadie le echó mano porque todavía no había llegado su hora.

En Jerusalén no lo reconocieron. Vieron que predicaba pero no lo relacionaron con el Mesías. Este Jesús sabían de dónde venía, conocían su familia...El Mesías debería ser alguien maravilloso. ¿Lo reconocemos nosotros?¿Sabemos verlo en aquel que se nos acerca?¿En el pobre, el enfermo, el perseguido, el hambriento? Quizá también estamos esperando alguien extraordinario y no al verdadero Jesús, humilde, sencillo, misericordioso...

"Las noticias se dan tan rápidamente que a menudo no da tiempo a pasar de los titulares. Y los titulares son cada vez más cortos, porque no hay paciencia, ni disposición mental para ir más allá. Y, como lo dice el periódico, o el internet, o la tv, se cree a pies juntillas. Pero no da tiempo a ir al fondo de la cuestión. Este mal no es solo de tiempos modernos. Los del tiempo de Jesús decían que sabían de dónde venía: un galileo despreciado, el hijo de un artesano.
Pero era un galileo, un hijo del artesano algo distinto. “¿Así que saben de dónde vengo?”, dice. Pues habría que mirar un poco más allá. Siempre hay que mirar un poco más allá y el resultado es algo asombroso y maravilloso. A veces nos podemos quedar con la figura del Jesús histórico, en todo su sentido admirable y bueno. Un hombre extraordinario que pasó haciendo el bien. Un personaje que causa admiración por sus palabras y por su atractiva manera de ser. Pero hay que mirar un poco más allá: “Soy de él y él me envió”. Es decir, no es un hombre cualquiera, sino alguien que habla libremente, porque sabe de dónde viene. No es que le moleste ser de Galilea, sino que mira a su verdadero origen. No es que niegue a sus padres, sino que, además, apunta a su Padre, al origen divino. No es que no haga “buenas obras”, sino que ES la salvación.
La lectura del Libro de la Sabiduría presenta ese modo de pensar superficial que ha dominado muchas veces y hoy día sigue dominando: creen saber de dónde viene, pero se dan cuenta de que su presencia va mucho más allá, y eso molesta: “Presume de que conoce a Dios
y se proclama a sí mismo hijo del Señor. Ha llegado a convertirse en un vivo reproche
de nuestro modo de pensar y su sola presencia es insufrible, porque lleva una vida distinta de los demás y su conducta es extraña.”
Es decir, el Justo no se acopla a lo que es “normal”, a la superficialidad. Va más allá y eso obliga a pensar. Parece ser que el testimonio cristiano tiene que ir también más allá y quizá ser reproche y desafío. Difícil; pero nos obligaría a pensar más allá: a reconocer de dónde venimos de verdad y hacia dónde caminamos. Nos hará preguntarnos si llevamos una vida distinta a la de los demás. ¿En qué tendríamos que ser distintos? ¿Tenemos el valor de serlo?"
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

jueves, 14 de marzo de 2024

TESTIMONIOS


 Si yo diera testimonio en favor mío, mi testimonio no valdría como prueba; pero hay otro que da testimonio en mi favor, y me consta que su testimonio sí vale como prueba. Vosotros enviasteis a preguntarle a Juan, y lo que él respondió es cierto. Pero yo no dependo del testimonio de ningún hombre; solo digo esto para que vosotros podáis ser salvos. Juan era como una lámpara que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis gozar de su luz un poco de tiempo. Pero tengo a mi favor un testimonio de más valor que el de Juan. Lo que yo hago, que es lo que el Padre me encargó que hiciera, prueba que de veras el Padre me ha enviado. Y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio a mi favor, a pesar de que nunca habéis oído su voz ni lo habéis visto ni su mensaje ha penetrado en vosotros, porque no creéis en aquel que el Padre envió. Estudiáis las Escrituras con toda atención porque esperáis encontrar en ellas la vida eterna; y precisamente las Escrituras dan testimonio de mí. Sin embargo, no queréis venir a mí para tener esa vida.
Yo no acepto honores que vengan de los hombres. Además os conozco y sé que no amáis a Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre y no me aceptáis; en cambio aceptaríais a cualquier otro que viniera en nombre propio. ¿Cómo podéis creer, si recibís honores unos de otros y no buscáis los honores que vienen del Dios único? No creáis que yo os voy a acusar delante de mi Padre. El que os acusa es Moisés mismo, en quien habéis puesto vuestra esperanza. Porque si vosotros creyerais a Moisés, también me creeríais a mí, porque Moisés escribió acerca de mí. Pero si no creéis lo que él escribió, ¿cómo vais a creer lo que yo os digo?

El Padre da testimonio de Jesús y lo hace a través de los pequeños detalles y de personas que dan su vida por Él. Los profetas dieron testimonio, Moisés también y Juan el Bautista también. En nuestro tiempo también tenemos el testimonio de aquellas personas que se entregan y dan su vida por los demás. ¿Sabemos ver estos testimonios?¿Les hacemos caso?
Tenemos también el testimonio de la Palabra, de las Escrituras. ¿Las meditamos cada día para acercarnos y reconocer a Jesús en la vida?

"Hay alegrías muy verdaderas, pero efímeras: las comidas familiares, una celebración de cumpleaños, un concierto, un éxito. Y quizá, también, como la gente del tiempo de Jesús, una palabra que parece definitiva; una buena predicación, una conferencia o clase maravillosa. Y queda el recuerdo, quizá algo nostálgico, del momento. No es que todos esos momentos, como el testimonio de Juan, sean falsos. Es que son un instante que “quisimos gozar”. Pero hay una verdad, un testimonio que no pasa, y es el ver el rostro de Dios en la persona de Cristo.
El testimonio de Cristo es más grande que el de Juan. Juan mismo lo había reconocido: “no soy digno de atar la correa de su sandalia”. Entonces, si la alegría de la luz que se encuentra en momentos concretos es proporcional a la fuerza del testimonio, Cristo ofrece no un instante, sino una eternidad de gloria y alegría. ¿Cómo ver esa luz y esa gloria?
Está claro: en primer lugar, leer las Escrituras y reconocer hacia quién está orientado todo el Antiguo Testamento y de quién habla todo el Nuevo. Ver al enviado, al que anunciaron los profetas.
Y ¿qué hacemos en términos concretos?
Está claro: mirar las acciones del Ungido. A veces son acciones espectaculares: milagros, convocatoria de miles de personas, actos y palabras magníficas. Y otras veces son acciones tan sencillas como beber agua del pozo de una mujer a la que llama a la reconciliación y a la verdad; o como comer en casa de un recaudador de impuestos que entrega lo que ha defraudado y la mitad de sus bienes; o escribir en el suelo algo misterioso y liberar a una mujer no solo de las piedras, sino de su pecado. Quizá los milagros que Dios opere por nuestro medio no sean milagros espectaculares; seguramente no tendremos una fuerza de convocatoria tan grande que reúna a multitudes y les dé de comer milagrosamente. Pero los pequeños actos, las acciones más sencillas, pueden dejar traslucir la luz de Dios. Si es así, si no es la propia luz sino la que apunta a Cristo, la alegría de la que se podrá gozar no será un instante, sino toda una eternidad."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

miércoles, 13 de marzo de 2024

EL HIJO NOS MUESTRA AL PADRE


 Pero Jesús les dijo:
– Mi Padre no cesa de trabajar y yo también trabajo.
Por eso los judíos tenían aún más ganas de matarle, porque no solo no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre.
Jesús les dijo: Os aseguro que el Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta; solo hace lo que ve hacer al Padre. Todo lo que el Padre hace, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace; y le mostrará cosas aún más grandes, que os dejarán asombrados. Pues así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, también el Hijo da vida a quienes quiere dársela. Y el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado a su Hijo todo el poder de juzgar, para que todos den al Hijo la misma honra que dan al Padre. El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre, que lo ha enviado.
Os aseguro que quien presta atención a mis palabras y cree en el que me envió, tiene vida eterna; y no será condenado, pues ha pasado de la muerte a la vida. Os aseguro que viene la hora, y es ahora mismo, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán. Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha hecho que el Hijo tenga vida en sí mismo, y le ha dado autoridad para juzgar, por cuanto que es el Hijo del hombre. No os admiréis de esto, porque va a llegar la hora en que todos los muertos oirán su voz y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el bien resucitarán para tener vida, pero los que hicieron el mal resucitarán para ser condenados.
Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta. Juzgo según el Padre me ordena, y mi juicio es justo, porque no trato de hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre, que me ha enviado.

En los discursos que nos presenta el Evangelio de Juan, Jesús nos enseña quién es el Padre. Nos indica que su Palabra procede del Padre. Y nos muestra que es misericordioso y justo. Como Jesús, debemos buscar y seguir la voluntad del Padre.

"Al principio del año, y luego al principio de la Cuaresma, se suelen hacer muchos buenos propósitos… Es bueno, porque supone un reconocimiento de algo que no se está haciendo del todo bien, o una intención de recordarse a uno mismo el buen camino, o de unirse a todo el Pueblo de Dios en un caminar colectivo de búsqueda de lo santo. Pero también a menudo vemos que, a mitad de camino, hemos fallado, o hemos encontrado alguna excusa para no seguir el plan. No hemos tenido “fuerza de voluntad”… Quizá porque pensábamos que la voluntad era la nuestra. Y, ya se sabe, “la carne es débil”. Y bueno, ¿qué quieres que te diga? Al fin y al cabo, soy humano. Todo cierto, ciertísimo. Pero quizá habría que cambiar el énfasis de la propia voluntad, que no tiene fuerza suficiente, que es débil, a la voluntad de Dios, que nunca está falta de fuerza. No busco mi voluntad, dijo Jesús, sino la del que me envió. Y, ¿cuál es tal voluntad?
La voluntad de Dios es una voluntad de misericordia: decir a los muertos que salgan de sus tumbas, a los prisioneros que rompan sus cadenas, a los que andan en la oscuridad que vengan a la luz. Los que están en las tumbas, oirán su voz y los que escuchen, vivirán. La voluntad de Dios es de vida. Pero ahí sí que nos perdemos: si no soy capaz de ayunar, ¿cómo voy a poder romper cadenas, sacar a muertos de tumbas? Terriblemente imposible y podría ser descorazonador.
Solo que hay pequeñas muertes diarias causadas por la injusticia de una mala palabra, de un rechazo, de un enojo continuado, de un atentado contra la dignidad de otra persona; hay pequeñas cadenas de adicciones personales y de las personas de nuestro alrededor, de malos hábitos, de falta de honradez. Y voluntad de Dios serán los pequeños actos que puedan dar algo de vida, que puedan romper alguno de esos hábitos. Para quienes ofenden y prenden en redes de resentimiento y juicios duro, los actos de misericordia y de perdón podrán ir sacándolos de las tinieblas y dando luz.
Mi propia voluntad puede querer inclinarme a mi gusto, a mi comodidad, y a mi enrocamiento en lo que creo que se me debe. Unirse a Cristo será poder decir, como Él: no busco mi voluntad, sino la del que me envió. La voluntad de quienes, por el Bautismo, fueron enviados como  seguidores de Jesús a dar vida, libertad, dignidad, luz. “Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo”. Y todos los discípulos trabajan también en esta gran esperanza y alegría."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)